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ubicuamente : breviario de incertidumbre

I

Una tarde morada, con luz difusa,
se aferraba a las colinas
– allá en lontananza, a donde nadie llega –.

Ramón González, de profesión embustero,
desnudaba con sumo cuidado su mano,
como si tuviese un guante:
qué preciso era el movimiento,
qué grácil silueta la de su nariz reflejada en el pino enhiesto
que el rayó tronzó; y la ceniza, dispersa,
se sacudía el polvo al derramarse
desde la muñeca, sobre la hojarasca,
sobre el manto seco, mullido, muerto.

“¿Qué has perdido en este bosque?”
le gritaban los olmedos,
desde los valles, con su mirada soslayada
y agitando sus cabellos.
“Nada, nada” respondía,
y luego lo pensaba “pero hay más luz aquí”.

Ramón González, de profesión sueñacuentos,
sustraía, agregaba, dividía segundos enteros,
o ya no, y jugaba con su tiempo.

“¿Dónde está tu tiempo?”
le gritaban los hayedos,
de entre las hayas, inquietos, rumorosos.
“No sé, lo he perdido”
y luego pensaba “sólo me queda nacer”.

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