La oración

De este modo, se crea una autoridad paterna omnisciente (Dios, Padre o, como en el caso del célebre iluminado, Abba) que perpetúa el binomio infantil culpa-castigo tamizándolo por el confuso 'perdón'. Una autoridad que coarta el instinto humano, sustituyéndolo por los confusos prejuicios recibidos al dictado. Una absurda intuición que aleja al creyente de una neutra existencia como primate y confunde su consciencia con sutiles paradojas metafísicas abocándolo, al fin, a acompañar los actos de su ser de permanentes juicios morales.
Esta peligrosa, sino enfermiza, disociación provoca que el creyente sustituya el concepto de responsabilidad, proveniente de su relación con la sociedad y referido a actos reales, con el de pecado, proveniente de su relación consigo mismo y referido al aprendizaje social iniciático en el ámbito familiar- forjado con prejuicios morales. La evidente desventaja de este último paradigma respecto de la comprensión de las acciones propias y ajenas, aún como mero sedante para la angustia existencial que proclaman algunos deístas; nos lleva a concluir que la oración, como ejercicio de autoengaño, aleja de la perspectiva crítica de la propia existencia y obnubila la visión del individuo realizado en su sociedad, ligado a un imaginario común y víctima y propagador de sus particulares prejuicios sociales entre los que encontramos, a menudo, convenciones morales disfrazadas de mitología.
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