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ubicuamente : breviario de incertidumbre

La oración

La oración ¿De qué sirve la oración? Más allá de la deprecación o la alabanza, innecesarias ante una divinidad omnisciente como la que representa el cristianismo, la oración -ante la amenaza del olvido divino o del pecado- resulta el mejor complemento del rito público para darle al difuso concepto deísta la dimensión que éste no puede ofrecer. Por medio de la oración, de la 'línea directa' con Dios, se disocia el 'ente psicológico divino', digamos, se crea el Dios que cada uno ve. El discurso interno, inherente al concepto de la propia existencia, se transmuta en un indiscreto monólogo hacia un 'aparente' ente formado por retales de los temores, anhelos e iniquidades del orador; el discurso interno crea un Dios a medida, abstracto, difuso, vago, que la jerarquía del rito se encarga de homogeneizar en beneficio propio.

De este modo, se crea una autoridad paterna omnisciente (Dios, Padre o, como en el caso del célebre iluminado, “Abba”) que perpetúa el binomio infantil culpa-castigo tamizándolo por el confuso 'perdón'. Una autoridad que coarta el instinto humano, sustituyéndolo por los confusos prejuicios recibidos al dictado. Una absurda intuición que aleja al creyente de una neutra existencia como primate y confunde su consciencia con sutiles paradojas metafísicas abocándolo, al fin, a acompañar los actos de su ‘ser’ de permanentes juicios morales.

Esta peligrosa, sino enfermiza, disociación provoca que el creyente sustituya el concepto de ‘responsabilidad’, proveniente de su relación con la sociedad y referido a actos reales, con el de ‘pecado’, proveniente de su relación consigo mismo y referido al aprendizaje social iniciático –en el ámbito familiar- forjado con prejuicios morales. La evidente desventaja de este último paradigma respecto de la comprensión de las acciones propias y ajenas, aún como mero sedante para la ‘angustia existencial’ que proclaman algunos deístas; nos lleva a concluir que la oración, como ejercicio de autoengaño, aleja de la perspectiva crítica de la propia existencia y obnubila la visión del individuo realizado en su sociedad, ligado a un imaginario común y víctima y propagador de sus particulares prejuicios sociales entre los que encontramos, a menudo, convenciones morales disfrazadas de mitología.

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